Protagonistas

Los habitantes de Mabongisseh tienen muchas historias que contar. Conoce aquí algunas de ellas. 

Conocimos a Mohamed en la aldea de Mabongisseh en 2018, cuando tenía quince años. Era un niño tímido, de los que se acercaba solo cuando otros niños también nos rodeaban y que se escabullía cuando lo llamabas.

Mohamed es sordo y tampoco puede hablar. Era el único niño sordo de la aldea y de los alrededores, hijo de una de las familias más pobres de la comunidad, con once hermanos a los que sus padres se esforzaban por mantener con grandes dificultades. Cuando le conocimos, no había salido nunca de los límites territoriales de su aldea. Mohamed es completamente analfabeto y se explicaba mediante un lenguaje de gestos que él mismo había creado. Entendía explicaciones si se acompañaban con indicaciones. Era muy querido por sus amigos y apreciado por todos los habitantes de la localidad.

Vimos desde el primer momento que Mohamed tenía todo por hacer. En primer lugar, debía aprender la lengua de signos y conocer a otras personas con su misma discapacidad con las que comunicarse. Este grupo le proporcionaría cierta protección y amparo, al menos a nivel social. Además, pensábamos que Mohamed necesitaría aprender una profesión que le permitiese ganarse la vida.

Sabíamos que había asociaciones de sordos en varias ciudades de Sierra Leona y nos interesó especialmente un centro de formación en Makeni, fundado por una asociación británica de naturaleza religiosa. Disponía de cursos de varios años, en los que además de enseñarse la lengua de signos, se proporcionaban alimentos y manutención en instalaciones propias. La formación incluía el aprendizaje teórico y práctico de alguna profesión: costura, construcción, agricultura, etc. Habíamos dado con una de esas asociaciones a veces poco conocidas que realizan una labor increíble. Era el lugar indicado para Mohamed y tanto él como sus padres estaban de acuerdo. Cuando fuimos a visitarlo, nos recibió la responsable del centro. Una monja británica de cierta edad, muy amable, que llevaba allí muchos años. Nos explicó cómo funciona el centro y nos dijo que solo admitían niños de menos de 8-9 años, por lo que Mohamed, con quince años, no podría acceder. Era demasiado mayor. Habíamos llegado con varios años de retraso.

Mohamed nos seguía preocupando. En la aldea, sin ningún conocimiento y sin contacto con otras personas sordas, su futuro sería de auténtica miseria. Había que buscarle una salida. Conocíamos a otras personas sordas y nos pusimos en contacto con ellos. Uno de los antiguos alumnos del centro de Makeni, Hassan, había conseguido abrir un taller de costura en una construcción precaria y pequeña pero bien situada. Trabajaba con tres máquinas de coser y además del jefe, trabajaban allí dos chicas también sordas, una de Sierra Leona y otra de Nigeria. Era, pensábamos, el entorno perfecto para Mohamed. Conviviendo con personas sordas aprendería el lenguaje de signos y, al mismo tiempo, la profesión de sastre.

Acordamos con Hassan que Mohamed viviría allí durante cuatro meses y que Yirewa cubriría el pago de los gastos de manutención y formación. Esa temporada en el taller fue el despegue de Mohamed. Sin haber salido nunca de la aldea, Makeni era un metrópolis. Sin caras conocidas, y sin referencias de la ciudad, Mohamed poco a poco fue librándose de sus limitaciones. El taller fue una escuela para él a todos los niveles. Se le abrieron unos horizontes que nunca hubiera imaginado.

Concluido el trato con el taller-escuela, volvió a la aldea de Mabongisseh por un corto periodo de tiempo. Pero no queríamos desaprovechar todo lo que habíamos conseguido hasta entonces. Dejar a Mohamed en la aldea sin ninguna perspectiva era lo que menos queríamos. Mohamed debía ser capaz de valerse por sí mismo, ganándose la vida como sastre. Teníamos que comprarle una máquina de coser.

Siempre hay socios que cuentan con la sensibilidad y la tremenda generosidad de oír nuestras peticiones. En navidad de 2018, le compramos una máquina de coser, una estupenda máquina a pedales, como las que utilizan normalmente los sastres en miles de centros de costura de todo el país. Mohamed comenzó a hacer algún trabajo en el pueblo. Sin embargo, no disponía de lugar de trabajo ni tampoco de experiencia, y en la localidad ya había un sastre. Mabongisseh no era el lugar para empezar a ganarse la vida. En ese momento apareció en escena un hermano mayor de Mohamed, que vive en Freetown y que sugirió que Mohamed podía vivir allí trabajando en un taller de costura junto con otros sastres, todos ellos no discapacitados. 

Hoy, Mohamed se gana la vida y no es una carga para su familia. Nos reencontramos con Mohamed en navidad de 2019. Pocas veces recibe uno un abrazo dado con tantas muestras de agradecimiento. Con eso nos dimos por pagados.

               

Cada vez que alguien de los que llevamos al Lowell and Ruth Gess Eye Hospital es una aventura para ellos. Cada persona vive de forma diferente la visita al hospital. La mayoría van con temor ante unas prácticas que desconocen. En algunos casos es la primera vez que vistan la capital del país, por tanto todo es nuevo para ellos. Pero todos van con esperanza de recuperar la visión o de solucionar un problema que les puede provocar una invidencia de por vida. Todos los adultos atendidos lo han sido a petición propia. Los niños son los que hemos detectado que tienen un problema en la vista o sus padres nos los han llevado para que sean tratados. La falta de visión o las dificultades para ver es una grave limitación en todos los casos. Pero en este país, sin medios de ayuda para nadie, y sin siquiera ópticas donde encargar unas gafas, cualquier problema de vista supone una grave limitación. Cuando además ese problema conlleva la ceguera, la situación personal se ve agravada por la imposibilidad de realizar trabajos. Y la única forma de sobrevivir es acudiendo a las ayudas en una sociedad sin apenas recursos. 

 De todos los casos que hemos atendido últimamente, nos gustaría destacar uno: el de Fatmata Musa que, desgraciadamente, no pudo recuperar la vista.

Fatmata Musa es una mujer, ya tiene 20 años, de una aldea próxima a Batbai. Vino a nosotros a través de un hermano, porque estaba perdiendo progresivamente la vista. Sabiendo que nosotros podíamos llevarla a ese hospital donde tantos han ido y han recuperado la visión, ella se presentó con todas las esperanzas puestas en la solución de su problema. Tan pronto como pudimos la llevamos a Freetown, acompañada por su hermano. Le hicieron las pruebas correspondiente y un scaner del ojo. Su dolencia no tenía cura y la perdida de la visión era irremediable. Nos recomendaron que asisitiera a un centro de educación para invidentes en Freetown. Pero la niña, muy afectada animicamente, ha preferido regresar con su familia a su aldea, donde sigue hasta ahora. Si posteriormente decide dar el paso de asistir al centro para invidentes, contará con nuestro apoyo.

De momento estos primeros meses, vamos a enviarle una ayuda mensual para alimentos, y esperar que se vaya adaptando a su circunstancia lo mismo que las personas de su entorno se acostumbren a sus limitaciones y la asistan en su vida diaria.   

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